Jesús Sana a una Mujer en el Día de Reposo
Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: “Mujer, eres libre de tu enfermedad”. Lucas 13:12
Es la historia de una mujer que padecía una enfermedad cruel e
impiadosa: su columna vertebral había perdido la verticalidad, quedando
encorvada y obligada a mirar hacia abajo, imponiéndole el polvo de la
tierra como horizonte natural (ver Luc. 13:10-17). Estaba sometida a una
vida infrahumana, parecida a la de un cuadrúpedo, que la colocaba en
una situación vergonzosa. ¿Nos podemos imaginar a nosotros mirándonos
los pies durante dieciocho años, sin poder extender la mirada hacia el
frente y hacia arriba?
Y Jesús sanó a esa mujer. Pero cuando ella estaba disfrutando de su milagro, se escuchó una voz recriminadora. Fue como si el “espíritu maligno” se negara a reconocer su derrota, irónicamente personalizado en el jefe de los sacerdotes de la sinagoga, que entró en escena. Su presencia impuso un momento de silencio, y se apagó la alegría de la liberación. Y desautorizó la sanidad diciendo que se había “transgredido” el cuarto mandamiento.
La reacción de Jesús no se hizo esperar. El Maestro raramente se enojaba. Solo en contadas ocasiones. Esta es una de ellas. No pudo reprimir la irritación ante este “representante de Dios” tan insensible al dolor ajeno, estrecho de miras, practicante de una doble moral, que adoptaba un concepto de vida que desconocía el auténtico sentido y alcance de la religión. Jesús lo calificó de “hipócrita”, y denunció la incoherencia entre su aparente preocupación por el mandamiento, y la intención de herir al sanado y al Sanador. Se trataba de un dirigente religioso embotado por una ortodoxia rigurosa y compulsiva, dominado por los imperativos del deber, que le impedían ver la alegría de la salvación. Un religioso que ponía su énfasis en el “no harás”, y desconocía que el mandamiento apela a la memoria de la santidad (“acordarte”) y no a la negación de la bondad.
¿Nos hemos comportado alguna vez como este sacerdote? ¿Hemos utilizado la religión para herir a los demás? Si hemos sido agresores, recordemos al sacerdote; y si hemos sido víctimas, recordemos la actitud de Jesús.
Cristo te ama y yo tambien, alabaaaaaaaaaaaa y adoraaaaaaaaaaaaaaa.
Y Jesús sanó a esa mujer. Pero cuando ella estaba disfrutando de su milagro, se escuchó una voz recriminadora. Fue como si el “espíritu maligno” se negara a reconocer su derrota, irónicamente personalizado en el jefe de los sacerdotes de la sinagoga, que entró en escena. Su presencia impuso un momento de silencio, y se apagó la alegría de la liberación. Y desautorizó la sanidad diciendo que se había “transgredido” el cuarto mandamiento.
La reacción de Jesús no se hizo esperar. El Maestro raramente se enojaba. Solo en contadas ocasiones. Esta es una de ellas. No pudo reprimir la irritación ante este “representante de Dios” tan insensible al dolor ajeno, estrecho de miras, practicante de una doble moral, que adoptaba un concepto de vida que desconocía el auténtico sentido y alcance de la religión. Jesús lo calificó de “hipócrita”, y denunció la incoherencia entre su aparente preocupación por el mandamiento, y la intención de herir al sanado y al Sanador. Se trataba de un dirigente religioso embotado por una ortodoxia rigurosa y compulsiva, dominado por los imperativos del deber, que le impedían ver la alegría de la salvación. Un religioso que ponía su énfasis en el “no harás”, y desconocía que el mandamiento apela a la memoria de la santidad (“acordarte”) y no a la negación de la bondad.
¿Nos hemos comportado alguna vez como este sacerdote? ¿Hemos utilizado la religión para herir a los demás? Si hemos sido agresores, recordemos al sacerdote; y si hemos sido víctimas, recordemos la actitud de Jesús.
Cristo te ama y yo tambien, alabaaaaaaaaaaaa y adoraaaaaaaaaaaaaaa.