Líbranos del maligno
«No hablaré ya mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo y él nada tiene en mí». (Juan 14: 30)
Aunque esta petición, “líbranos del mal”, está unida a la anterior en
el Padre nuestro, tiene un alcance mucho mayor: primero, pedimos que
Dios controle nuestras pruebas; ahora suplicamos que nos libre del
maligno. No podemos pedir a Dios que nos libre totalmente de las
tentaciones menores porque, a menudo, forman parte de la pedagogía que
el cielo usa en la formación de nuestro carácter. Dios permite esas
pruebas para ayudarnos a madurar espiritualmente y a confiar más
plenamente en él. Pero lo que aquí pedimos es la liberación de la
tentación mayor, de la amenaza que no implica solamente un peligro
pasajero o una corrupción momentánea, sino la caída total; es decir, el
dominio ilegítimo, incomprensible e inexplicable de aquel a quien la
Escritura llama Satanás. Nosotros, como criaturas humanas, no podemos
hacer nada contra él, no tenemos defensa ante su poder. Dios es superior
al maligno; pero nosotros, no. Y sabemos que allí donde Dios está
ausente y no es el Soberano, es el otro quien domina y sigue engañando y
proponiendo a sus víctimas, «seréis como dioses».
No se trata de una simple liberación. La seducción diabólica nos impide ver que somos sus esclavos, que estamos bajo su dominio. El mayor peligro para un hijo de Dios es caer en esa situación en la que la influencia del espíritu del mundo y las directrices insinuantes del maligno llegan a ser algo inconsciente, una situación en la que fácilmente se pueden confundir los valores cristianos con los terrenales. La tentación mayor consiste en hacernos amar nuestra esclavitud, en ignorar nuestra verdadera condición espiritual.
Pero nuestra liberación del maligno ya está asegurada y cumplida. No es una posibilidad o una conjetura, sino un hecho. Es el don de Aquel que vino a este mundo, ocupó nuestro lugar, resistió a la tentación y venció al diablo. Dios no intervino desde la altura de su poder infinito, sino desde el fondo de la debilidad humana. La liberación no consistió en un rayo del cielo que fulminó a Satanás, sino en esa vida que Dios vivió por nosotros en su Hijo, en esta tierra; fue la existencia terrestre de Jesús, sobre quien las fuerzas del mal no ejercieron ningún tipo de dominio. Como nos dice el apóstol Pablo, Jesús «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4: 15).
No es ineludible que Satanás gobierne tu vida. Jesús puede liberarte hoy.
Cristo te ama y yo tambien, alabaaaaaaaaaaaaa y gozateeeeeeeeeeee.
No se trata de una simple liberación. La seducción diabólica nos impide ver que somos sus esclavos, que estamos bajo su dominio. El mayor peligro para un hijo de Dios es caer en esa situación en la que la influencia del espíritu del mundo y las directrices insinuantes del maligno llegan a ser algo inconsciente, una situación en la que fácilmente se pueden confundir los valores cristianos con los terrenales. La tentación mayor consiste en hacernos amar nuestra esclavitud, en ignorar nuestra verdadera condición espiritual.
Pero nuestra liberación del maligno ya está asegurada y cumplida. No es una posibilidad o una conjetura, sino un hecho. Es el don de Aquel que vino a este mundo, ocupó nuestro lugar, resistió a la tentación y venció al diablo. Dios no intervino desde la altura de su poder infinito, sino desde el fondo de la debilidad humana. La liberación no consistió en un rayo del cielo que fulminó a Satanás, sino en esa vida que Dios vivió por nosotros en su Hijo, en esta tierra; fue la existencia terrestre de Jesús, sobre quien las fuerzas del mal no ejercieron ningún tipo de dominio. Como nos dice el apóstol Pablo, Jesús «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4: 15).
No es ineludible que Satanás gobierne tu vida. Jesús puede liberarte hoy.
Cristo te ama y yo tambien, alabaaaaaaaaaaaaa y gozateeeeeeeeeeee.