La pasión de Jesucristo
La pregunta más importante del siglo XXI es: ¿Por qué sufrió tanto Jesucristo? Pero nunca veremos esta importancia si solo la vemos desde la perspectiva humana.
La respuesta final a la pregunta ¿Quién crucificó a Jesús? es Dios. Esta es una idea asombrosa. Jesús era su hijo. El sufrimiento era insuperable. Pero todo el mensaje de la Biblia lleva a esta conclusión.
Dios lo encaminó para bien
El profeta Isaías dijo: “…fue la voluntad del Señor quebrantado, sujetándolo a padecimientos” (Isaías 53:10). El Nuevo Testamento dice: “Dios no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). “Dios lo puso a Cristo como propiciación… por su sangre, para ser recibido por fe” (Romanos 3:25).
Pero ¿cómo se relaciona este acto divino con las horribles acciones pecaminosas de los hombres que mataron a Jesús? La respuesta que se da en la Biblia queda expresada en una antigua oración: “Se unieron en esta ciudad contra su santo hijo Jesús… Herodes, Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera” (Hechos 4:27-28)
La profundidad y el alcance de esta divina soberanía nos dejan sin respiración. Pero es también la clave de nuestra salvación. Dios la planificó, y por medio de hombres malvados, gran bien ha venido al mundo. Parafraseando un pasaje de la Torá judía: “Lo que ellos hicieron con malas intenciones, Dios lo hizo con buenas intenciones” (Génesis 50:20).
Puesto que Dios lo hizo con buenas intenciones, debemos pasar más allá de la cuestión de la causa humana al propósito divino. El tema central de la muerte de Jesús no es la causa, sino el propósito – el significado -. El hombre puede tener sus razones para quitar a Jesús del camino. Pero solo Dios puede concebir esto para bien del mundo. En realidad, los propósitos de Dios para el mundo en la muerte de Jesús son insondables. Mi objetivo es dejar que la Biblia hable. Aquí es donde nosotros oímos la Palabra de Dios.
¿Qué significa la palabra Pasión?
Asociamos por lo menos cuatro cosas con la palabra pasión: celo por una tarea, deseo sexual, un oratorio de J.S. Bach, y el sufrimiento de Jesucristo. Viene de una palabra del latín que significa sufrimiento. Este es el sentido en que la estoy usando aquí: el sufrimiento y muerte de Jesucristo.
¿En que sentido fue única la pasión de Jesús?
¿Por qué el sufrimiento y la ejecución de un hombre que fue convicto y condenado como pretendiente al trono de Roma desató, en los tres siglos siguientes, un poder para sufrir y amar que transformó el Imperio Romano, y hasta hoy está moldeando al mundo? La respuesta es que la pasión de Jesús fue absolutamente única, y su resurrección de la muerte tres días después fue un acto de Dios para vindicar lo que su muerte logró.
Su pasión fue única porque Él era algo más que un mero hombre. No menos Era, como dice el antiguo Credo Niceno, “verdadero Dios de verdadero Dios”. Este es el testimonio de aquellos que lo conocieron y fueron inspirado por Él para explicar quién es Él.
El apóstol Juan se refería a Cristo como “el verbo” y escribió: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho… Y aquél Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:1-3, y 14).
Entonces añádese a su deidad que Él era totalmente inocente en su sufrimiento. No solo inocente de la acusación de blasfemia, sino de todo pecado. Uno de sus más cercanos discípulos dijo: “…el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca” (1ª Pedro 2:22). Añádase a esta peculiaridad que Él abrazó su propia muerte con autoridad absoluta. Una de las más asombrosas declaraciones que hizo Jesús fue acerca de su propia muerte y resurrección: “… Yo pongo mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar: Este mandamiento lo recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18).
Su pasión fue vindicada por su resurrección
Debido a esta pasión sin paralelo, Dios levantó a Jesús de entre los muertos. Sucedió tres días después. El domingo temprano en la mañana Él se levantó de la muerte. Apareció numerosas veces a sus discípulos por cuarenta días antes de su ascensión al cielo (Hechos 1:3).
Los discípulos fueron tardíos para creer que esto realmente había ocurrido. Ellos no eran crédulos primitivos. Eran sensatos comerciantes. Sabían que la gente no resucitaba. En un momento Jesús insistió en comer pescado para probarles que Él no era un fantasma (Lucas 24:39-43). Esta no era la resucitación de un cadáver. Era la resurrección de Dios-Hombre, en una indestructible nueva vida.
Dios mismo era el actor principal en la muerte de su Hijo, de modo que la principal pregunta no es ¿Cuáles personas promovieron la muerte de Jesús? Sino ¿qué produjo la muerte de Jesús para los humanos – inclusive judíos, musulmanes, budistas, hindúes y seculares no religiosos?
He recogido del Nuevo Testamento cincuenta razones por las cuales Cristo murió. No cincuenta causas, sino cincuenta propósitos. Infinitamente más importantes que quién mató a Jesús es la pregunta ¿Qué logró Dios para los pecadores como nosotros al enviar a su Hijo a morir?
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