mayo 15, 2014

FRANCISCO PENZOTTI, VALIENTE MISIONERO



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FRANCISCO PENZOTTI, VALIENTE MISIONERO

MAYO
DIA 15
Francisco Penzotti, conocido hoy en toda la América latina, escuchó la predicación del doctor Thomson en Montevideo el año 1876. La lectura del Evangelio según San Juan, que había puesto en sus manos el hermano Andrés M. Milne, lo llevó a la experiencia de la conversión.
Empezó sus trabajos en Montevideo, y enseguida en la Colonia Valdense, pero la misión que Dios le había asignado era la de ser colportor, y pronto fue invitado a salir en este trabajo. Pocos hombres hay que hayan tenido tanto éxito en la buena distribución de Biblias. No hay país de la América latina que él no haya visitado. Con su cartera en una mano y una Biblia en la otra, ha golpeado las puertas, siendo un mensajero de paz a todos aquellos a quienes encontraba. Insultado y perseguido, nunca ha conocido el desaliento; viajando constantemente en trenes, en mulas y a pie, sufriendo hambre, durmiendo en el suelo y conociendo mil clases de privaciones.
Su vida es una larga serie de incidentes y anécdotas conmovedoras. Una vez cuando se dirigía a Bolivia, al pasar por Rosario de Santa Fe, fue hospedado por uno de los pastores de la ciudad, quien le aconsejaba no seguir su viaje, alegando que aun no había llegado la hora de ir tan al interior. Hacía poco que un colportor llamado José Mongiardino había sido bárbaramente asesinado en Bolivia, y sepultado, como hereje, fuera de los límites del cementerio de Cotagaita. “No vaya, Penzotti”, “no vaya, Penzotti”, era el consejo que muchos le daban. Penzotti empezó a vacilar; no quería tentar a Dios con un acto imprudente, ni desobedecerle por cobardía.
Se encerró en su cuarto, y de rodillas se puso a orar, pidiendo la dirección de Dios. Había una lucha en su interior, y él quería que triunfase la voluntad de su Padre Celestial, al cual servía. Mientras estaba orando, una señorita cristiana que nada sabía del conflicto de Penzotti, se puso a tocar el piano en la habitación inmediata, y a cantar con voz firme, resuelta y melodiosa, el himno que dice así:“No os detengáis, no os detengáis. Nunca, nunca, nunca; Cristo por salvarnos dio Su sangre, cuando él murió”.

Estas palabras fueron para Penzotti como una orden marcial dada por su Capitán y Señor. “Yo no necesité más respuesta de Dios”, le hemos oído decir a él mismo. Dio gracias a Dios por haberle alumbrado y se levantó resuelto a no detenerse. Esas palabras han sido la voz de mando en toda su carrera.
Dio principio a la obra en el Perú. La Constitución del país, que prohibía toda forma de culto público que no fuese el romanista, no atemorizó al fiel soldado de la cruz. Con las dificultades del caso empezó a predicar a puerta cerrada, al pequeño grupo que pudo interesar mediante sus trabajos en las calles, y la congregación fue creciendo hasta alarmar al clero.
La persecución se hizo sentir, pero a pesar de todo, algunas almas habían entrado en el reino. Cuando Penzotti salía por las calles ofreciendo sus Biblias, huían de él como de un personaje peligroso, pues como tal lo pintaba el clero en sus enfurecidos sermones. La obra, sin embargo, adelantaba, y esto hizo que los enemigos pensaran en una forma más violenta de oposición, y no pararon hasta que Penzotti fue encarcelado. Entró en la cárcel del Callao el 26 de julio de 1890, y permaneció dentro de las rejas, encerrado en un edificio húmedo y oscuro, hasta el 28 de marzo de 1891. Le ofrecieron la libertad con la condición de salir del país, pero con el valor que infunde Cristo en el corazón de sus soldados, supo contestar que no la aceptaba.
El proceso produjo gran efervescencia en los ánimos de todos, y era el tema de todas las conversaciones. La prisión de un evangelista en el país libertado por hombres liberales como San Martín y Bolívar, en los últimos años del siglo de las luces, vino a demostrar que los hijos de la libertad aun no han concluido su tarea. Pero el Perú contaba con ciudadanos nobles y enérgicos que no podían permitir que cayese ese baldón sobre su país, y la opinión pública empezó a ponerse del lado de la justicia.
El proceso pasó por todas las instancias, hasta que, por fin, el juez doctor Porra, resolvió, como dijo uno de los diarios, “dar la porra a los frailes y soltar a Penzotti”. Las puertas de la cárcel se abrieron y Penzotti salió en presencia de un gran gentío que se había congregado para saludarle y felicitarle. No faltó una nota cómica: Penzotti iba en medio de sus dos abogados, y uno de la concurrencia gritó: “¡Ahí va Cristo entre los dos!”
En 1892 se estableció en Guatemala desde donde visitaba todos los países de la América Central. Estuvo 16 años en aquellas repúblicas y el autor recuerda la manera como por todas partes encontraba personas que le recordaban con cariño y testificaban de las bendiciones recibidas por su ministerio. Regresó a Buenos Aires para ocupar el puesto de agente de la Sociedad Bíblica Americana que dejó vacante el inolvidable don Andrés A. Milne. Falleció en Buenos Aires el 24 de julio de 1925.
(Varetto1984 JPEB)

ORE:
Padre dame valor para testificar de ti, a esta ciudad sin salvación..

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