Jesús: la angustia de Dios
Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte. Mateo 26:37, 38.
Si ya tuviste alguna vez algún episodio de angustia verdadera, sabes la
sensación de “miedo a la vida”, de opresión, de inseguridad, de destino
catastrófico, que se siente en el pecho.
El jueves de la Pasión, frente a la perspectiva de los terribles sufrimientos que tendría que padecer -agravados por la sensación de estar separándose de su Padre celestial, por haberse constituido en el Sustituto del hombre (2 Cor. 5:21), y tener que morir en lugar de millones y millones de personas a través de la historia, llevando sobre sí mismo la condenación y el castigo por sus pecados-, Jesús empieza a sentir una angustia tan grande que llega a decir que su alma estaba “muy triste, hasta la muerte”. ¿Tienes alguna idea de lo que significa esto, de sentir que te mueres de angustia, que tienes la sensación y el sentimiento de que tu angustia te va a matar? Algunos de nosotros hemos sentido algo parecido a esto, pero ningún ser humano, jamás, ha padecido esta misteriosa y sobrenatural angustia que sintió Jesús frente al sacrificio infinito que estaba empezando a realizar por amor a nosotros.
Tan grande es su angustia mental, su conflicto interior entre su deseo de salvarnos, pero, a su vez, su instinto natural y legítimo de conservación, que el evangelio nos dice que, “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44). ¿Puedes imaginar el estado mental de suprema angustia por el que pasó Jesús, que llegó a provocar semejante repercusión física, posiblemente “hematidrosis”?
Este es el sufrimiento de un Dios, no meramente de un ser humano. Jesús se angustió por nosotros con una angustia que jamás podremos comprender. Pero lo importante es que, pudiendo evitarla, se sometió a ella por amor a nosotros, para que pudiéramos ser salvos eternamente, libres de todo mal, dolor y angustia. Entrégale hoy tu amor y tu consagración a este Dios-hombre, Salvador tuyo, que quiere verte salvo y feliz para siempre, porque “en toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz [te] salvó” (Isa. 63:9).
El jueves de la Pasión, frente a la perspectiva de los terribles sufrimientos que tendría que padecer -agravados por la sensación de estar separándose de su Padre celestial, por haberse constituido en el Sustituto del hombre (2 Cor. 5:21), y tener que morir en lugar de millones y millones de personas a través de la historia, llevando sobre sí mismo la condenación y el castigo por sus pecados-, Jesús empieza a sentir una angustia tan grande que llega a decir que su alma estaba “muy triste, hasta la muerte”. ¿Tienes alguna idea de lo que significa esto, de sentir que te mueres de angustia, que tienes la sensación y el sentimiento de que tu angustia te va a matar? Algunos de nosotros hemos sentido algo parecido a esto, pero ningún ser humano, jamás, ha padecido esta misteriosa y sobrenatural angustia que sintió Jesús frente al sacrificio infinito que estaba empezando a realizar por amor a nosotros.
Tan grande es su angustia mental, su conflicto interior entre su deseo de salvarnos, pero, a su vez, su instinto natural y legítimo de conservación, que el evangelio nos dice que, “estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Luc. 22:44). ¿Puedes imaginar el estado mental de suprema angustia por el que pasó Jesús, que llegó a provocar semejante repercusión física, posiblemente “hematidrosis”?
Este es el sufrimiento de un Dios, no meramente de un ser humano. Jesús se angustió por nosotros con una angustia que jamás podremos comprender. Pero lo importante es que, pudiendo evitarla, se sometió a ella por amor a nosotros, para que pudiéramos ser salvos eternamente, libres de todo mal, dolor y angustia. Entrégale hoy tu amor y tu consagración a este Dios-hombre, Salvador tuyo, que quiere verte salvo y feliz para siempre, porque “en toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz [te] salvó” (Isa. 63:9).
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