Extranjeros y advenedizos
«Porque nosotros, extranjeros y advenedizos somos delante de ti, como todos nuestros padres; y nuestros días sobre la tierra, cual sombra que no dura». (1 Crónicas 29: 15)
Vivir en un país extranjero no es una experiencia fácil. Los inmigrantes
están separados de sus familias, muchas veces no hablan el idioma, no
tienen las mismas costumbres, no les aseguran un trabajo estable, se
sienten discriminados por algunas leyes; a eso hay que agregar que en
ciertos casos están indocumentados o disponen simplemente de un permiso
de residencia temporal. Desde los años noventa, en España, el fenómeno
de la inmigración ha traído a este país millones de personas procedentes
de Europa del este, Hispanoamérica, África del norte y subsahariana,
todos buscando un medio de vida mejor que el que tenían en sus países de
origen.
En la Ley mosaica, Dios indicó el trato que el pueblo de Dios debía dar a los extranjeros: no debía engañarlos ni oprimirlos; además, había de mostrar generosidad y considerarlos como al huérfano y la viuda; asimismo, se les debían aplicar las mismas leyes que a Israel; e incluirlos en los privilegios y deberes del pacto. La Biblia lo resume así: «Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios» (Levítico 19: 34). Las Escrituras aducían que los hebreos también habían sido extranjeros en una tierra extraña, por eso debían mostrar compasión hacia este sector de la población.
Lo cierto es que todos los creyentes somos peregrinos y extranjeros en este mundo, en el cual vamos de paso rumbo a la Patria celestial, nuestro verdadero hogar. Hablando acerca de los héroes de la fe, la Biblia asegura lo siguiente: «En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11: 13-16). Este día recuerda que este mundo no es tu hogar. Aquí, tú y yo somos peregrinos y extranjeros porque Jesús nos ha preparado una morada en la casa de su Padre.
En la Ley mosaica, Dios indicó el trato que el pueblo de Dios debía dar a los extranjeros: no debía engañarlos ni oprimirlos; además, había de mostrar generosidad y considerarlos como al huérfano y la viuda; asimismo, se les debían aplicar las mismas leyes que a Israel; e incluirlos en los privilegios y deberes del pacto. La Biblia lo resume así: «Como a uno de vosotros trataréis al extranjero que habite entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo, porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, vuestro Dios» (Levítico 19: 34). Las Escrituras aducían que los hebreos también habían sido extranjeros en una tierra extraña, por eso debían mostrar compasión hacia este sector de la población.
Lo cierto es que todos los creyentes somos peregrinos y extranjeros en este mundo, en el cual vamos de paso rumbo a la Patria celestial, nuestro verdadero hogar. Hablando acerca de los héroes de la fe, la Biblia asegura lo siguiente: «En la fe murieron todos estos sin haber recibido lo prometido, sino mirándolo de lejos, creyéndolo y saludándolo, y confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra. Los que esto dicen, claramente dan a entender que buscan una patria, pues si hubieran estado pensando en aquella de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver. Pero anhelaban una mejor, esto es, celestial; por lo cual Dios no se avergüenza de llamarse Dios de ellos, porque les ha preparado una ciudad» (Hebreos 11: 13-16). Este día recuerda que este mundo no es tu hogar. Aquí, tú y yo somos peregrinos y extranjeros porque Jesús nos ha preparado una morada en la casa de su Padre.
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